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Pequeños y también mayores disfrutaron del Día del Niño                                                     Fotos: GACETA 
       
         Aurelio Maroto

         El denominado “Día del Niño” es una excusa perfecta para prolongar la feria con una jornada extra de ambiente… y de gasto familiar. Los feriantes, aceptan rebajar el precio de sus billetes en las atracciones de montar, a cambio de asegurarse una última noche de recaudación importante. Los niños, que nunca se cansan de dar otra vuelta en el tiovivo de turno, arrastran a sus padres a rebuscar un poco más en sus ya vaciados bolsillos.

         Pero sucede que el anuncio de atracciones “a mitad de precio” es mentira. Sólo algunos recuden el precio de los tiques de 3 euros a 1,50. Otros muchos únicamente bajan su caché un tercio, de 3 euros a 2. Pero nadie se queja. Es más, todos bajamos en tropel para poner la guinda al pastel de una feria que, a esas alturas, ya se nos hace cuesta arriba.

         Antes de las diez de la noche, cuando la luz del día languidece, las bombillas del ferial iluminan ya el cielo todavía azul. Las atracciones bailan mientras los más pequeños, y algunos mayores, suben por última vez. Suenan la bocina del tren de la bruja y la sirena de los caballitos, el péndulo oscila endiablado, el barco pirata desafía el oleaje del viento y el dragón juega a ser la montaña rusa de turno. Por no hablar del saltamontes, siempre repleto, o del simulador de realidad virtual. Sin olvidar, claro está, otros clásicos de toda la vida: el zig-zag, los coches eléctricos… Y, entre medias, casetas de tirapichón, puestos de helados, de algodón dulce… y manteros colocando sus discos piratas vigilando de reojo la posible llegada de la policía.

         Pero la explanada de las atracciones sólo es la punta del iceberg. Por detrás, o por delante, según se mire, queda el otro carrusel lleno de chiringuitos, kioscos y tenderetes dispuestos a prolongar sus ventas al calor del “Día del Niño”. Los puestos han vuelto a ser legión, con africanos y sudamericanos partiendo la pana en busca de un sustento en forma de vida nómada. Hoy La Solana, mañana Valdepeñas, al otro Pedro Muñoz… y así hasta el infinito.   

         En fin, es la feria, interminable para algunos y quizás corta para otros. Pero siempre mágica. Dejando al margen la cacareada crisis, nadie podrá negar que la feria de Santiago y Santa Ana continúa siendo una de las grandes en nuestra provincia. Los feriantes seguirán quejándose como una muletilla inherente a ellos. Nuestra experiencia periodística demuestra que siempre, sin excepción, los feriantes viven en permanente crisis, pero el año que viene regresarán. Sin duda llenarán el ferial para invitarnos a cenar otro pollo asado, echar un bingo, tomar un vasito de vino dulce, comprar un lacoste de pega o comer una rica berenjena. Ya habrá tiempo de hacer dieta, en todos los sentidos.

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