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Directivos del Sepulcro con varios pasos minutos antes de regresar a la ermita                                                                  Foto: GACETA

              Aurelio Maroto

            Fue un aguacero muy inoportuno. O quizás todo lo contrario. El caso es que la procesión del Entierro de Cristo quedó suspendida nada más empezar. Las cofradías organizadoras, el Santo Sepulcro y la Virgen de las Angustias, coincidieron en la misma decisión: abortar. No dio tiempo a que lo hicieran de forma consensuada y cada cual actuó por cuenta propia, convencidos de que hacían lo correcto.

“Contra el tiempo no hay quien pueda”. Era el mantra de los directivos minutos después de que los pasos regresaran a sus cuarteles generales. En ese momento no llovía, pero la previsión anunciaba más agua y alguien advirtió que muy cerca estaba cayendo una buena. Suficientes argumentos para no poner en riesgo un patrimonio tan costoso.

“¿Qué hacemos? ¿Salimos y cuando lleguemos a la plaza metemos las imágenes deprisa y corriendo teniendo nuestra ermita aquí al lado?”, se preguntaba el vicepresidente del Sepulcro, Juan Manuel Díaz-Cano. “Pues vuelta para atrás y punto, no hemos dudado”. “Somos una piña y aquí decidimos todos”. “Ponemos en juego un patrimonio que vale un dinero y estropearlo por una decisión equivocada es una tontería”, declaró a los medios.

            Admitía que hay gente que lo vive con mucho sentimiento, pero que son decisiones que hay que tomar. Entre todos destacan los más de 60 portadores que llevan el Cristo Yacente. “Así se quedan con más ganas para el año que viene”. “Salir hemos salido, lo que pasa es que en lugar de tres horas ha durado cinco minutos”, ironizaba el vicepresidente en un intento de desdramatizar la situación.

            La presidenta de la Virgen de las Angustias, María Dolores Alhambra, recordó que cuando comenzaron a caer las primeras gotas se protegió la Virgen de las Angustias con un plástico, pero al ver que arreciaba se decidió volver. “No sabemos si hemos atinado o no, pero lo hemos decidido así”, decía. “Anunciaba lluvia para las nueve, luego para las once y nos daba miedo que nos pillara en mitad de la procesión y la imagen se pudiera deteriorar”. “En estos casos, nunca aciertas”, reconocía con gesto de contrariedad. “Es un disgusto porque estás un año trabajando, pero con el tiempo no hay quien pueda”, insistía. “Hay que tomárselo con resignación y esperar al año que viene”.

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